Día tras día, esperando a estar conforme con la imagen que se reflejaba en el cristal de los portales. Pero una y otra vez fracasaba, volvía a caer. A cada minuto que pasaba se veía más sola, de manera que aumentaba un poco más su obsesión.
Era como estar metida dentro de un bucle de subidas y bajadas de ánimo constantes.
Y entonces, apareció él. Con sus soluciones estúpidas y sin sentido, pero que la sacaban la más sincera de las sonrisas.
De hecho, me atrevería a decir que tenía la sonrisa más bonita que jamás haya visto, tan dulce y cálida, tan parecida a ella.
Little M.
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